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domingo, 3 de abril de 2011

44. ¿Quién dice?

    Como siempre en esto que estaban viviendo (fuera lo que fuera) él parecía empeñarse en romper el encanto. Todo iba bien hasta que algún cable se cruzaba en su cabeza. Y era ella la que salía perdiendo siempre. Lo que más le entristecía era estar empezando a notarse acostumbrada a aquello.

    Cuando él estaba de buenas, todo estaba bien. Pero era él el que parecía estar decidiendo por donde iba todo aquello. Ella se impacientaba por acortar aquella distancia que los separaba... Y aunque él decía tener las mismas ganas que ella, todo parecían ser problemas cuando intentaban concretar algo. La promesa estaba ahí. Pero nunca se cumplía. 

    Lo peor es que a ella parecía gustarle aquella sensación de desesperación por no conseguir lo anhelado. Seguía esperando, sabiendo que era difícil. Y no por parte de ella precisamente. Ella estaba dispuesta a cometer cualquier locura por tal de eliminar esa distancia. Aunque fuera un día. Aunque fueran un par de horas.

    Hacía tiempo que había empezado a recibir atenciones bastante agradables por otra parte. De nuevo, comparaba. Entre lo malo conocido (él, siempre él) y lo bueno por conocer... fallaba el refrán y ganaba lo bueno por conocer... Los dos la trataban como una reina cuando estaba con ella. Pero era en las ausencias cuando lo bueno por conocer ganaba. No pedía que no la dejaran respirar. Sólo la atención necesaria para que ella notara que le importaba algo. Y sólo el segundo le aportaba eso.

    Como acostumbraba, no quería poner ninguna etiqueta a ninguna de las dos situaciones. No lo llamaba 'amor' en ninguna de las dos ocasiones. Era 'cariño' en ambas. Cada uno a su manera. Y con eso le bastaba. Pero comparaba. Y el último beso que se dieron ella y número uno, les dejó un sabor bastante amargo a ambos: los dos sabían que iba a pasar mucho tiempo hasta que volvieran a verse... Sin embargo, ocurría lo contrario con cada beso que le daba a número dos. Claro que vivir en la misma ciudad también ayudaba. Aún así, no podía evitar sentirse bastante culpable. Aun sabiendo que muy probablemente, su número uno también tuviera una número dos. O peor aún, que ella misma fuera la número dos...

    Vivía incluso con miedo a que todos estos pensamientos suyos salieran a la luz... ¿qué pasaría si la juzgaban?



No rompas el encanto... Subo la apuesta si jugamos con mis reglas, niño. ¿Por qué dices que me quieres? No es bueno ser tan impaciente, ni perder la cabeza por una promesa... Lo mío es vivir siempre al filo, con el alma en vilo. Di, ¿quién dice que lo nuestro sea amor? ¿Quién, que un beso deja siempre buen sabor?...

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